VALS

VALS

En los días previos a la Navidad comienzan a llegar a casa los parientes más cercanos. Mis hijos con sus esposas, mis hijas con sus maridos, mi nietos, algún hermano… Todos quieren acompañarme en esas fechas. Nati, que sigue siendo soltera y me cuida, los anima para que me atiendan, me agasajen y pongan fiesta en cada momento del día. Durante la Nochebuena cantamos canciones antiguas, villancicos. Juanito, mi nieto mayor, nos acompaña con su guitarra. Lo hace bien, tiene futuro el muchacho como músico. Le aplaudimos mucho, aunque menos de lo que merece. Nati y mis demás hijas lo preparan todo, lo disponen del mejor modo posible, como siempre se hizo en nuestra casa. Mis hijos y mis yernos intentan ayudar, pero ellas prefieren ir a su aire porque dicen que son algo patosos.
Vienen todos para que me sienta acompañado, pero a pesar de ello, yo salgo de viaje. Nadie nota mi ausencia, sin embargo, porque sigo sonriendo, abrazando y felicitando a todos. Lo que ocurre es que mi espíritu está lejos, al otro lado de mí mismo, en la más profunda y secreta intimidad de mi corazón. Durante esos días, desde la Nochebuena hasta la Nochevieja, estoy con ella, la encuentro en los lugares a donde miro o a donde voy, como me ocurre a menudo.

El día de Año Nuevo, todos se congratulan al verme tan alegre, tan festivo, tan contento, aunque no creo que ninguno sepa interpretar por qué bailo yo solo, sin admitir pareja, el vals del Danubio Azul con el que medio concluye el concierto de Viena, una pieza que nunca figura en el programa, pero que siempre esperábamos y terminaban tocando. 

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